Más que un estandarte

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Nosotros siempre hemos sido de la escuela en la que el hobby tiene cuatro vertientes: coleccionar, pintar, jugar y trasfondo. Generalmente siempre hay algo que decir sobre las tres primeras, pero con respecto a la cuarta ya es otra historia.

Recuerda que cada hombre tiene una madre que llora por su sufrimiento.

Últimamente somos más de pintar y coleccionar que de jugar, pero siempre hemos sido de trasfondo. Debemos de reconocer que si por algo empezamos en el hobby, fue por el trasfondo, lo que verdaderamente nos cautivo

Lo cierto es que nosotros definimos trasfondo, a groso modo, como a aquello que nos ayuda a responder a varias preguntas: ¿que son nuestras tropas?, ¿que hacen allí? y ¿por qué?. Y decimos a groso modo por que el trasfondo puede ser todo lo extenso que uno quiera.

Por ello nuestras unidades tienen historias y a veces las escribimos.

Contando una historia…

Para la entrada de hoy hemos elegido la historia de uno de los regimientos que ya habíamos posteado, la unidad del Barón Heinz

Sin más preámbulos os dejamos aquí la historia de los Lanceros de Kessel, nuestra unidad de Tropas Estatales de Ostland para El Imperio.

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“Fue durante los peores años que recordamos en las tierras de Sigmar. La tormenta del Norte desataba todo su poder sobre las provincias más septentrionales y se luchaba por la supervivencia en cada aldea, pueblo, villa y ciudad.

Valientes ejércitos de hombres cruzaban los heridos campos, donde antaño prósperas comunidades de granjeros y artesanos vivían con sus familias. En la mente de cada soldado un único pensamiento podía encontrar cabida, “Por Sigmar, victoria o muerte”, pero todos entendían el nuevo alcance que la palabra muerte había cobrado durante la tormenta del Caos.

Hasta entonces una muerte digna, llenando de gloria el recuerdo y la memoria de un guerrero no era un lance que los valientes soldados imperiales intentasen evitar. Siempre se habían enfrentado a la muerte, innumerables veces, mirándola fijamente a los ojos, con honor.

Y hasta entonces Morr siempre había podido recompensar a aquellos que bañados en gloria acudían a su regazo tras una vida de entrega y sacrificio.

Pero esa vez era distinto. El enemigo al que se enfrentaban les cerraban las puertas a la casa del descanso eterno. Condenaba sus almas a un tormento perpetuo, y en su conciencia grababa a fuego una y otra vez que con su caída permitieron a la tormenta avanzar, devorándolo todo. Condenando así a sus hijos y esposas, a sus madres y amigos, a todo aquel que conociera y que no conociera, al Imperio y quizá a lo que hubiera más allá de él.

Novecientas treinta almas, novecientas treinta almas que atormentaban al Barón. Novecientas treinta almas que no había conseguido salvar. Novecientas treinta almas condenadas fuera de la morada de Morr. Novecientas treinta almas presas de los caprichos y deseos demoníacos, y estos no podían ser otro que el tormento, y el sufrimiento.

“Deus,
Hunc chalybem benedice,
et bracchium quod illum capit rege;

Militem, cordis dominor,
qui vexillum tollit rege.

In nomine Sigmaris, ad Veneram receptum habendo, miles, bracchium, cor, chalys, in cometam duarum caudarum convertis”

“Señor,
Guía el brazo que empuña este acero;
y bendice el acero.

Guía al hombre dueño del corazón;
en el que enarbola el estandarte.

Hombre, brazo, corazón y acero;
Que tornen en cometa de dos colas. En el nombre de Sigmar; bajo el abrigo de Venera.”

El joven Bruno Hauptlier, sacerdote de la corona y el martillo, siervo de Sigmar, dio unos pasos hacia atrás mientras el Barón Heinz se alzaba con la espada en alto y asentía con aplomo dando gracias al servidor de Sigmar por la bendición.

A su alrededor, novecientos treinta cuerpos que fueron los habitantes de la de Villa de Luberecht colgaban con los pies en lo alto decapitados. Bajo estos se habían formado charcos de sangre. Muertos en vida.

Giro su cabeza y fijo la vista en las puertas de madera del templo, ahora destrozadas, en las que apenas se podía percibir la talla del cometa con dos colas que antaño lucía con luz propia.

Con convicción y haciendo uso de todo el valor que manaba de su lustroso abolengo, avanzo entre las ruinas de la villa y se adentro en el edificio. En su interior, las pareces se había teñido carmesí, el color de la sangre. Los gritos de novecientas treinta almas agonizantes retumbaban entre las paredes. En el centro de la estancia se alzaba una columna como nunca antes se había visto en un lugar sagrado.

Los cráneos de novecientas treinta almas, uno sobre otro formaban una pirámide colocadas alrededor de un tótem metálico que sudaba sangre. La efigie de Khorne coronaba el lugar.

Tras los pasos del Barón, Bruno Hauptlier avanzaba rezando plegarias y protecciones a fin de que la empresa del Señor pudiera concluir. Podía notar en su corazón el mal que había arraigado en ese lugar; sentir la agonía de las almas; pero sobre todo podía oír las promesas que le susurraban glorias, placeres y virtudes que solo los Oscuros Dioses podían otorgar, a cambio su servidumbre.

En Barón también oía las promesas, pero no solo estas si no también las burlas, las risas que narraban el tormento al que había condenado a aquellas novecientas treinta almas. Aún así continuo avanzando, bajo la protección de las bendiciones del Sacerdote de Sigmar. A los pies de la pirámide levanto sus brazos empuñado la espada con ambas manos, alzando el acero contra esta.

Llamas rojas estallaron cuando los ojos de los cráneos se encendieron. En ese momento y en ese lugar el poder del Dios del a Sangre, era fuerte y erosionaba con fuerza la convicción del Barón en un intento por detenerle.

Las novecientas treinta almas se acallaron un momento justo cuando el acero bendito descendía contra la pirámide, solo para estallar en un último aullido antes de ser silenciadas para siempre.

Los hombres de Von Wolder se aventuraron a entrar en el templo maldito bien entrada la noche. Habían pasado horas desde que las voces se habían acallado. En su interior encontraron que el color carmesí de las pareces había desaparecido, en su lugar un polvo blanco, cual hueso, las cubría. En el centro de la estancia encontraron el cuerpo del Barón, inmóvil pero con vida.

Sobre él un hombre mayor, anciano, que vestía ropas del sacerdocio de Sigmar. Alzaba con ambas manos un estandarte coronado con un cometa de dos colas que brillaba con la intensidad del hierro al rojo.”

Cuando un estandarte no es solo un trozo de tela.

Esperamos que os haya gustado el trasfondo de nuestros lanceros de El Imperio ambientado en Warhammer Fantasy.

Comi Mec

Es quien a través de un continuo proceso de aprendizaje elabora la escenografía del blog. Además se encarga de la traducción de los post y su difusión en Internet.Este es "El taller" en donde se realiza gran parte de la escenografía que os mostramos en El Canto de las Espadas. La verdad es que nos gustaría tener un espacio más amplio y conservarlo algo más ordenado, pero...

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